"¿Qué he hecho yo para merecer ésto?" Pensaba una y otra vez mirando al cielo. "Ugh... Ayudadme a salir de ésta Dioses del campo, y os prometo esas ofrendas que nunca llegué a presentar y más."
Un poco bajito en comparación a sus compañeros de clase y encima ahí, agachado en el suelo entre arbusto y arbusto era difícil de ver, para su suerte. Un rayo de sol se colaba entre las ramas y se apoyaba justo en su cara, haciendo que sus ojos verdes y su pelo castaño claro parecieran más brillantes que de normal. Era un chico guapo, o eso decía su madre.
Estaba sufriendo, y se podía apreciar en su cara, normalmente iluminada por su casi permanente sonrisa. Y apuesto cualquier cosa que si en ese mismo momento le hubieras hablado de ese pastel de arándanos que se comio casi entero él solo, su cara habría pasado de expresar dolor a rabia, o incluso nauseas. Pero para su suerte poco quedaba ya. Plop. En un segundo, de la agonía, ¡a la felicidad de la liberación! "¡Gracias Dioses, gracias! Aunque, la verdad es que ésta era una petición muy sencilla, quizás a la próxima..."
Y un pequeño canto lanzado desde otro arbusto interrumpió su pensamiento golpeándolo detras de la cabeza, dejandolo seco al instante.
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